martes, 8 de junio de 2010

¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?

Aun recuerdo la primera vez que te vi, lo recuerdo perfectamente.
Yo salía de casa enfadado porque odio, bueno odiaba, la lluvia, siempre te moja, te moja y sientes que ese frío te cala en los huesos y duele. Alcé la vista y te vi allí, en el parque empapada y me dio tanta pena que se te mojaran esos bonitos zapatos que llevabas que corrí a apartarte de la lluvia, protegiéndote con mi paraguas; tu ni me miraste, simplemente sonreías, esa sonrisa preciosa y mojada, al rato me miraste y arrancaste el paraguas de mis manos para tirarlo al suelo, fue la primera vez en toda mi vida que no me molestaba el agua, no me importaba, no sentía ese frío calándome los huesos.
Sólo te miraba. Y tu mirabas a toda la gente corriendo de un lado para otro con sus enormes paraguas; entonces, nunca olvidaré ese momento, me miraste y me dijiste:

-No entiendo porque corren, nunca lo he sabido, la lluvia les mojará igual si corren o no, correr no te hace inmune.

Y empezaste a reír como una loca, y yo, te acompañe, allí en aquel parque lleno de agua estábamos los dos y nuestras carcajadas, no había más ruido que el sonido de tu risa. Entonces se paró el tiempo, no hay otra explicación, para mi se paró el tiempo, pero a mi alrededor el tiempo volaba. No recuerdo muy bien cuantas horas estuve sentado en aquel parque mojándome por ti.

Después todo vino rodado, aun creo que fue arte de magia, esa noche ya estabas en mi casa, los dos cenando en la terraza y los vecinos mirándonos y hablando de lo tontos que eramos cenando bajo esa lluvia, cuando ya acabamos entramos a casa y dejamos que nos secara esa estufa que no calienta nada.

Dormimos juntos en mi cama, bueno tu dormiste, yo me pasé la noche entera mirándote y acariciándote el pelo. Me desperté, te hice el desayuno y al asomarme y ver por la ventana la lluvia, me alegré inmensamente y justo cuando giré la cabeza para mirar como te acababas el desayuno, sentí la puerta de la entrada cerrándose.

Entonces creí que había sido un sueño, que todo aquello era incomprensible, que yo odiaba la lluvia porque me dolía en los huesos. Pero tu estabas en el parque sentada en aquel banco, con mi jersey, mojándote como el día anterior.


Bajé las escaleras de cuatro en cuatro y me senté a tu lado, te besé en la frente, esa fue la primera vez que te besé y me sentí un superhéroe; había llegado la hora, te pregunté:

-¿Cómo te llamas?

Y tu me dijiste:

-Te lo tienes que ganar, mi nombre vale más que un desayuno.

Yo que aun no entendía que hacía parado a tu lado, un día de lluvia, mojándome. No me importó, me sentí el hombre más afortunado del mundo porque así sabia con toda certeza que volvería a verte. Realmente esa fue la respuesta menos esperada y a la vez más deseada, tendría que ganarme tu nombre y estaba dispuesto a hacerlo, pero no tenía prisa, ojalá lo hubieras dicho en el lecho de muerte, conmigo de la mano, y tu me lo hubieras susurrado, tras pasar una vida juntos, una vida de lluvias torrenciales.

Nos pasamos toda la mañana en aquel banco viendo correr a todos y riéndonos aun más que el día anterior.

Todo igual, así durante cinco días. Al sexto me desperté antes, como de costumbre y te preparé el desayuno, no me esmeré demasiado ya que aun no quería saber tu nombre porque eso podría significar tu billete de ida de mi vida. Miré por la ventana y al ver el primer rayo de sol, lo maldije cien mil veces, no había ni una gota de aquella maravillosa lluvia de carcajadas. Entonces tu dijiste:

-Tengo que irme, la lluvia ha cesado y con ella mi estancia aquí, me ha encantado pasar estos días a tu lado, eres maravilloso, pero yo soy lluvia y no puedo quedarme aquí, tengo que correr tras ella, necesito que la lluvia me cale los huesos y los sane, el sol me duele.

Yo, con lágrimas en los ojos no fui capaz de articular palabra alguna y me limité a verte mientras pasabas por el parque y me mirabas en la ventana. Yo sentía todo morir por dentro. Ya desaparecías cuando gritaste:

-Me llamo Coventina.

Y conseguiste arrancarme la última sonrisa.


De esto hace ya más de dos años y aun cuando llueve, como hoy, bajo a nuestro banco a mojarme los huesos, sólo así recuerdo el sonido de tu risa retumbando en mi cabeza.

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